Todavía recordaba aquellas palabras resonando en su cabeza: "que nadie te haga sentir pequeña, porque no lo eres". Intentaba no olvidarlo, pero aquella tarde soleada de otoño ni siquiera el astro rey podía evitar que se sintiera como una hormiguita.
No podía evitar pensar que le habían arrebatado algo que había luchado mucho por conseguir. Había ido desechando esa capa de hielo que recubría su corazón. Los pocos rayos de sol del verano habían eliminado lo poco que quedaba. Pero con el frío, volvía a lo que conocía; volvía a recubrir todo siucuerpo. Y más que su cuerpo, aquello que más le hería. Aquello que tanta alegría le había traído, pero que, en aquel momento, solo le causaba dolor. Un dolor sordo, pero agudo. Un dolor casi imperceptible, pero continuo.
Se sentó bajo aquel roble que la había visto crecer. Mirando al horizonte, sin fijar la vista en nada, se colocó los auriculares y pulsó aquel botón con la única intención que conseguir un poco de alivio. Y mientras escuchaba aquello de no, no pido perdón, por querer arañar tu presencia otro poquito más, derramó la primera lágrima de un mar entero.