Lo sé. Lo sé. No es sano que vuelva a hablar contigo. Todo el mundo me lo dice. Pero ¿qué quieres que haga? No puedo evitarlo. Eras mi punto de apoyo y sigues siéndolo. No puedo evitarlo.
Sé que ya ha pasado tiempo desde que te marchaste, pero me cuesta asimilarlo. Ya lo sabes: cuando algo se me mete entre ceja y ceja...me cuesta dejarlo marchar. Así que ¿no pensarías, de verdad, que tú ibas a ser una excepción no?
Desde que te fuiste he reflexionado mucho y hay dos cosas que hacen que tu marcha cueste tanto. Una, el no haber sabido que aquella vez iba a ser la última vez que íbamos a hablar. Si lo hubiera sabido... la verdad es que no sé qué hubiera sido de aquella conversación si lo hubiera sabido. Se me han quedado demasiadas cosas en el tintero que me hubiera gustado decirte. Por eso sigo recurriendo a estas conversaciones ficticias contigo cada vez que las necesito. Me permito el lujo de hablarle a un muerto, sí. De locos. Pero ya te lo dije: nunca he dicho que estuviera muy cuerda.
Sin embargo, creo que lo que más me pesa de tu marcha es el saber que me mentiste a la cara y que yo, aun sabiendo en el momento que era una mentira, dejé que me la dijeras y me la creí. Te culpo a ti cada día por haberme mentido. Por haberme hecho esa falsa promesa con tanta facilidad, sin casi pestañear si quiera. Pero más me culpo a mí por haberla interiorizado. Por haberte dejado hacerme eso.
Te quiero y te odio a partes iguales. Te llevaste parte de mí contigo. Y eso, ni siquiera la muerte, puede cambiarlo. Aquí seguiré, por siempre, a la espera de tu regreso.
Siempre tuya,
Tu Morena