Llevaba días sin dormir, sin descansar. No sabía que era lo que le impedía poder recuperar fuerzas por la noche. Tal vez era el simple hecho de que el frío le llegara hasta los huesos. Pero parecía que había algo más. Cada noche se repetía el ritual de mirar el reloj cada cierto tiempo y realizar el cálculo de las horas que le quedaban para empezar el día.
Hasta que finalmente, a finales de semana, a eso de las 5 de la mañana se dio cuenta de qué era lo que fallaba. Ya lo tenía. Ya sabía lo que perturbaba su sueño.
Era aquel último abrazado. Aquél último abrazo triste, sin sentimiento, frío. Aquel último abrazo la estaba martirizando. Estaba consumiendo lo poco humano que quedaba de ella.
Así que aquella fría y lluviosa noche de invierno, decidió que volvería a dormir. Decidió que volvería al origen de todo. Acurrucada entre las sábanas, cerró los ojos y empezó a recordar aquel abrazo. Pero no el último abrazo frío, vacío de sentimiento. No. Empezó a recordar aquel primer abrazo. Espontáneo. Cálido. Lleno de cariño. Lleno de palabras no dichas. Lleno, en definitiva, de amor. Porque aquel primer abrazo, estaba lleno de ella.
Y así, por primera vez en varias noches, consiguió conciliar el sueño luciendo una bonita sonrisa. Una sonrisa que sólo le pertenecía a él. '